y de Jesucristo el
testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la
tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, 1:6 y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por
los siglos de los siglos. Amén”.
Apocalipsis
1:5-6
“Por lo cual
también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció
fuera de la puerta”.
Hebreos 13:12.
Entrando en el estudio de esta verdad irrefutable
acerca de la persona de nuestro Señor Jesucristo, encontramos unas de las
razones más reconfortantes para todos aquellos que entendemos lo que significa
la esclavitud del pecado. Ya que habiendo estado sometido a esa
esclavitud por muchos años de nuestras vidas hemos experimentado la ruina en
que hemos llegado a caer.
El pecado nos arruina de dos
maneras.
· Nos
hace culpables ante Dios, de modo que merecemos su justa condenación;
condenándonos con la culpa que nos asedia día a día.
· Y
nos afea en nuestra conducta, de modo que desfiguramos la imagen de Dios que
intentamos reflejar, esclavizándonos al desamor.
La sangre de Jesús nos libera
de ambas miserias.
· Satisface
la justicia de Dios de modo que nuestros pecados pueden ser justamente
perdonados.
· Y
derrota el poder del pecado para liberarnos de ser esclavos del desamor.
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