FILIPENSES 1 :21

martes, 23 de febrero de 2016









 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.

Para mí.

Pablo realza su propia perspectiva, que contrasta con la de la mayoría de los hombres, quienes egoístamente se aferran a la vida y temen la muerte.

El vivir.

El verbo griego está en el tiempo presente; se refiere a un continuo y diario acto de vivir.

Cristo.

La existencia de Pablo estaba comprendida en la de Jesús y estaba ligada a él. Su pensamiento estaba completamente absorto en su Salvador. Sus planes, sus esperanzas, todas sus aspiraciones, se centraban en Cristo. Todos sus pensamientos estaban sometidos al Señor (2 Cor. 10: 5); por lo tanto, sus pensamientos no eran egoístas ni terrenales; estaban bajo el dominio de su Maestro .



El morir.

El tiempo del verbo en griego (aoristo) contrasta el continuo acto de vivir con la terminación instantánea de la vida, la cual ocurre cuando sobreviene la muerte.

Ganancia.

Esta afirmación no concuerda con el sentir humano. La muerte siempre significa pérdida de alguna clase. Para el santo de Dios significa, inclusive, la pérdida de muchos gozos puros de la vida, de felices vínculos domésticos, de medios y oportunidades de trabajar para Cristo. Pero la afirmación de Pablo no es la de un pesimista que dice: "la vida no es digna de vivirse"; no es la de uno que ya está aniquilado, que ya no puede disfrutar de la vida, ni la de un santo cansado y agotado por sus tareas, con deseos de terminar con sus pruebas y persecuciones. Pablo no estaba amargado, ni era adusto o cínico. Disponía de cordiales simpatías humanas y participaba animosamente y con sano equilibrio de las actividades propias de la verdadera vida cristiana. La declaración que acaba de hacer se refiere a un tema más elevado que sus propias perspectivas: se preocupaba por ensalzar a Cristo. Si su Señor creía que lo mejor era que diera testimonio mediante su vida y ministerio, representaría debidamente a Cristo; pero la muerte de un justo también puede ser una poderosa confirmación de la eficacia del Evangelio de la gracia. El contraste entre su muerte y la muerte de alguien que muere sin esperanza sería tan notable, que su influencia beneficiaba al reino de Cristo. Los corazones se conmueven y enternecen por la tranquila seguridad y la confianza de aquel cuya esperanza radica completamente en su Dios, aun en la hora de la muerte.




Es digna de consideración una interpretación más. El cristiano no tiene nada valioso que perder debido a la muerte, pero sí mucho que ganar. Se libera de tentaciones, pruebas, fatigas y dolores, y en la resurrección recibe una gloriosa inmortalidad.




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