HAZ TU, TU PARTE........

jueves, 25 de febrero de 2016
Tenemos un Dios de milagros. La Biblia dice que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Por lo tanto, Dios hizo, hace y siempre seguirá haciendo milagros. Usted y yo podemos vivir seguros de que nuestra vida es producto de un milagro de Dios.








Andan unos por ahí queriendo decir cosas en contra de Jesús. Sin embargo, yo le quiero asegurar que la verdad de Jesús tiene miles de años comprobada y durará para siempre porque es eterna. Jesucristo es la verdad y parte desea verdad es que Él quiere sanarle, restaurarle y derramar abundancia sobre su vida. El es un Dios bueno que quiere dar cosas buenas a su pueblo; es un Dios de milagros y seguirá haciendo milagros. La prueba de la verdad de Jesús es que hoy en día hay familias y matrimonios restaurados, enfermos sanados, personas que han comprobado el milagroso poder de nuestro Señor Jesucristo.

Esa es la prueba máxima de que Él es la verdad. Cuando vengan y le digan «yo no creo que Jesucristo aún pueda hacer milagros», usted puede, con una sonrisa, mirar a los ojos a esa persona y decirle «yo sí puedo creer, no porque alguien me lo platicó, sino porque me ha pasado a mí. Yo soy prueba del milagroso poder de Jesús». Dice el apóstol Pablo que usted y yo somos cartas abiertas leídas por los hombres. Por lo tanto, habemos muchos que podemos testificar de haber sido sanados, restaurados, liberados de las drogas, del alcohol y de muchas otras ataduras. Jesucristo es el milagro que cada uno de nosotros hemos experimentado. Somos pruebas contundentes del milagroso poder de nuestro Señor Jesucristo. Dios hace milagros. Él quiere hacer un milagro en usted. La Palabra de Dios dice que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. 


La Biblia relata el momento en que el pueblo de Israel salió de Egipto. Egipto es el simbolismo del pueblo de Dios viviendo en esclavitud. Egipto es simbólico del estilo de vida que muchos de nosotros vivimos: esclavos al pecado, a los vicios, a los temores, al diablo, a los placeres de la carne. Sin embargo, un día llegó nuestro Mesías, nuestro Salvador y nos libró de esta esclavitud.
En el Antiguo Testamento, Moisés es un tipo de Jesucristo porque fue y le dijo al Faraón, «deja ir a mi pueblo». Aún así, el Faraón se negó y vinieron las plagas junto con una serie de desastres, pero finalmente, un día glorioso, todo ese pueblo de Dios, salió marchando de Egipto y no sólo se fueron con sus propias pertenencias, sino con el oro, las vacas y los caballos de todos los egipcios. Dice la palabra de Dios que cuando iban saliendo, los egipcios los se encontraban en las puertas de sus casas y les daban sus utensilios, su oro, sus joyas y sus alhajas con tal que se fueran. De la misma manera, cuando usted es liberado de la esclavitud del diablo, por medio de Jesucristo, usted no sólo va a ser libre sino que Dios lo va a prosperar, Dios lo va a bendecir, usted va a despojar al diablo de todo su oro y de toda su plata.



El pueblo de Israel salió por el desierto rumbo a una ciudad que se llamaba Jericó. Jericó tenía la particularidad de que estaba rodeada de unos muros tremendos e impenetrables. Si usted lee Josué capitulo 6, verá que dice que la ciudad estaba bien cerrada. Nadie entraba, nadie salía. Eran unos muros tan grandes que encima de ellos hacían carreras de caballos y en hasta vivía gente. Eran muy anchos y nadie podía entrar a Jericó. Era una ciudad bien fortificada. Estos muros estaban bloqueando el paso del pueblo de Israel hacia su tierra prometida. Hoy en día, estos muros simbolizan, para usted y para mí, aquellas cosas que obstaculizan nuestro paso hacia nuestra tierra

prometida.


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