
Por tercera vez Dios da esta orden (ver vers. 6, 7). Josué había demostrado
valor en años pasados, pero Dios repite este precepto vez tras vez. Josué,
humilde ante sus propios ojos, no dudaba del poder ni de las promesas de Dios;
pero desconfiaba de sí mismo: de su propia sabiduría, fuerza y suficiencia para
llevar a cabo la tarea que tenía por delante. Quizá este sentimiento se debía en
parte a su trato con un hombre tan grande como Moisés. Dios tiene en alta estima
el espíritu humilde, porque él puede obrar por tal persona y con ella (ver Isa.
57: 15). La misma humildad de Josué da testimonio elocuente de su capacitación
para desempeñar la tarea sagrada que el Señor le había encomendado.
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